Por Miguel Garin
Una nota que leí en la
revista Automundo, firmada por el periodista
Miguel Angel Barrau fue la primera noticia que tuve de la existencia del
circuito de autos de carrera de Reims, en Francia.
Eso fue a mediados de la
década del 60 y aún hoy no me puedo explicar porqué me produjo tan grande encantamiento. La única causa a que lo puedo
atribuir es que a esa edad estaba yo dotado de tal fertilidad de imaginación que aquella nota no
solo se volvió inolvidable sino que además me produjo un intenso deseo de
conocer el circuito.
Pero si se me permite voy
a decir algo más sobre la revista Automundo: era lindísima, tenía todo un mundo
extraordinario, sorprendente, de amplios horizontes y al evocarla la veo llegar
a casa, en nuestra chacra, ubicada en el camino a la estación ferroviaria de
Ortiz de Rozas, en el partido de 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires.
Hasta allí llegaba ella, con frecuencia semanal, envuelta en frescura, sonriente
y cómplice, como les suele ocurrir a los enamorados luego de unos días de separación.
En la nota el periodista
describía la fisonomía del lugar: el circuito estaba en las afueras de la
ciudad de Reims, muy cerca del pueblito de Gueux en una zona de ondulados
campos productores de viñedos para el famoso champán francés.
También decía que estaba
conformado por un triangulo de rutas de uso habitual para los productores y
habitantes del lugar, que contaba con tres curvas y tres rectas y que se había inaugurado con una
carrera de autos allá por 1926. Tenía una extensión de 8.300 metros.
Cerraba yo los ojos y
pensaba ¿cómo podía ser un circuito de Fórmula 1 en medio del campo? ¿Se podría
hacer algo parecido en las zonas vecinas a la ciudad de 25 de Mayo?
Se sucedieron las décadas
y al nuevo episodio lo ubico en los años en que residí en Málaga. En ocasión de
unas breves vacaciones que tomé, en
2013, viajé a Bélgica donde vivían mi hijo y su esposa. Visitamos diversas
cosas, todas muy interesantes, hasta que
llegó el último día, un domingo, ya el lunes temprano debía estar en el
aeropuerto, regresar a mi casa y reincorporarme al trabajo.
Así fue como después de
almorzar mi hijo me preguntó ¿qué te gustaría ver?
-¡Quiero ir a Reims! - le contesté.
Consultamos el Google Maps
y con la ayuda del GPS nos largamos.
En el camino le fui
contando la historia que tenía pendiente a partir de aquella nota que había
leído con tanta imaginación, ¡un circuito
de fórmula 1 en el campo!
Ahí en Reims corrió Fangio
su primera carrera en Europa el domingo 18 de julio de 1948, con un Gordini,
carrera que ganó Jean Pierre Wimille con un Alfa Romeo 158. Fue aquella una
actuación embrionaria, sin mucho que destacar, pero que sin embargo sirvió para
que el genio principiara.
Y ahí mismo corrió Fangio
la última carrera de su vida, el domingo 6 de julio de 1958; entre medio
acumuló tantas carreras y títulos ganados que pasó a la posteridad como el más
grande.
Llegamos, había otros curiosos fanáticos y nostálgicos
igual que nosotros y en cuanto comenzamos a recorrer lo que queda de las
instalaciones se nos agregó un hombre del cual supimos dos cosas: la primera,
que formaba parte del Club de Amigos del Circuito que se ocupa de mantenerlo,
hasta donde se puede, porque no reciben
aporte ninguno del estado. Y segundo, que este buen hombre tendría algún
desvarío mental: se le instaló en la cabeza que porque éramos argentinos
teníamos por fuerza que ser familiares de Fangio.
Tres veces nos preguntó y
tres veces le contestamos que no, al final y viendo que no había quedado
conforme le mandé decir que si algún parentesco había era que ambas familias
descendían de Adán y Eva….
El circuito, si bien más
chico, me hizo recordar mucho al semi permanente de 25 de Mayo, cuando recibía
al Turismo de Carretera.
En Reims se corrieron
carreras interesantísimas en la pre guerra, y a posteriori se corrieron
carreras por el Campeonato del Mundo de Fórmula 1, carreras de Fórmula 1 que no
fueron puntuables para el torneo pero igualmente muy importantes, carreras de
Fórmulas 2 y 3, carreras de Sport, de “Pequeñas Cilindradas”, de Turismo, de motos, de bicicletas ¡de todo!
Una de las rectas contaba
con algunas suaves curvas que se hacían completamente a fondo y las tres eran lo
suficientemente largas como para que, según Fangio, le dieran tiempo para reflexionar sobre su
retiro, cosa que hizo mientras disputaba la que sería su última carrera.
La primera curva era
entonces muy amplia a la derecha, ahora hay allí una rotonda con diversas
derivaciones.
Fácil es imaginarse lo riesgosa
que debió ser en su momento; sin ningún peralte, plana, sin pianitos, ni
siquiera algo de arcén y teniendo cerca una zanja muy peligrosa. Precisamente
por el peligro que encerraba se la llamaba El Calvario.
¿Cómo la hacía Fangio?
Según cuentan, viniendo a fondo por la
recta principal, una leve levantada de acelerador y vuelta a pisar a fondo.
Haciéndola así sacaba mucha ventaja a sus rivales.
Justamente en el Calvario
fue donde se descontroló la Ferrari del piloto Luigi Musso, con un terrible
accidente, como consecuencia del cual falleció unas horas después.
A continuación las curvas
de Muizon y la última, la de Thillois, ambas de primera velocidad, por lo que
debe haber sido muy lindas para escuchar
rebajes.
La última curva tenía un
secreto; había que salir a la recta final bien pegado al auto de adelante,
acelerar a fondo, aprovechar la “chupada”, y adelantar a metros de la línea de
llegada.
En 1953 Fangio perdió así
la carrera por un segundo, a manos del inglés Mike Hawthorn. En 1954 la ganó
por una décima, adelantando con lo justo a su compañero de equipo en Mercedes
Benz, Karl Kling. Y por último, otro
hecho similar ocurrió en 1961, cuando el debutante Giancarlo Baghetti, con
Ferrari, le ganó sobre la raya a Dan
Gurney, piloto de Porsche por aquellos días.
El circuito era rapidísmo
y los promedios que en él se hacían eran similares a los de Spa-Francorchamps y
Monza.
La lista de ganadores en
Reims es muy elocuente de la importancia del circuito: entre otros Tazio
Nuvolari, Louis Chiron, Wimille –en tres oportunidades - Fangio –en tres ocasiones, 1950, 51 y 54-,
Jim Clark, Jack Brabham.
Entre los ganadores en
Fórmula 2 y en Pequeñas Cilindradas también hay apellidos ilustres: Alberto
Ascari, Maurice Trintignant, Jean Berha, Stirling Moss, Alan Rees, Jochen Rindt
–en dos oportunidades-, Jack Brabham, Jackie Stewart, Francois Cevert.
En Fórmula 3 tampoco
faltan nombres que le dieron brillo al circuito: Jackie Stewart, Jean Pierre
Beltoise, Peter Westbury. Es extensa la cantidad de pilotos célebres que
pasaron por esta “pista”.
Nuestro amigo “desvariado”
nos siguió a sol y sombra, pero verdad es que una vez que se olvidó del
parentesco con Fangio, nos informó sobre una serie de cosas.
Por ejemplo nos mostró el
altar que había atrás de los boxes donde se oficiaban misas de campaña para que
todo piloto que lo quisiera, pudiera encomendarse, porque tanto el accidente
como la muerte, rondaban con insistencia.
Nos mostró los lugares
donde se montaban los restaurantes, que eran varios y me pareció advertir
cierto desprecio hacia Enzo Ferrari, que según él no comía en ellos sino que se
retiraba a la hostería La Garenne, que es la edificación que aparece en muchas
fotografías, una casa de tejas francesas frente a la curva de Thillois, que se
mantiene tal cual como en aquellos años.
Recorrimos la sala de
cronometristas, el “pavillón” de locutores, la sala de periodistas; allí me
detuve un buen rato, es que no podía dejar de imaginármelos a Federico Kirbus y
a Miguel Angel Merlo, con un block de anotaciones y lapicera en las manos, escribiendo las crónicas, que tantas veces leí
con devoción cuando niño, cuando joven, tanto en La Razón como en Clarin, y por quienes conocí el automovilismo mundial.
Fuimos a las tribunas, una
llamada Raymond Sommer y la otra Jean Pierre Wimille, dos destacadísimos
pilotos franceses que murieron conduciendo máquinas de carrera.
Desde ellas divisábamos gran
parte del circuito, veíamos la línea de largada y llegada. Me parecía verlos a
Alfred Neubauer Director del equipo Mercedes Benz y a Guerino Bertocchi, Jefe
de Maseratti parados ambos al borde del asfalto
con los ojos clavados en sus autos.
Creí oír el eco de los
motores lanzados a todo gas en la recta, que en conjunto sonaban como sinfonía
coral, roncos y graves como bajos los de preguerra, armónicos y medios como
barítonos, los de la década del cincuenta, ululantes y agudos como tenores los
de los sesenta.
Allí estaban la curva del
Calvario y las largas rectas que le permitieron
a Juan Manuel Fangio pensar sobre sí mismo y allí, los ondulados campos productores de viñedos
para el champán.
Era como si toda la
historia del circuito de Reims reviviera para mí, como si se levantara del
sepulcro y me interpelara:
-¿Y ahora que me conoció Miguel, soy como me describió
Barrau en la revista Automundo de 1966?
-¿A quedado usted conforme?