Por Miguel Garin.
Con mi amigo Juan Manuel
Paramio fuimos a ver numerosas carreras de autos, deporte que nos apasionó por
igual y que nos hermanó en sentimientos.
Estuvimos en los Autódromos
de Buenos Aires, de 9 de Julio, de Las Flores, en las Vueltas de Salto, de
Tandil, fuimos a ver la Formula 1, las fórmulas argentinas, el Turismo Nacional
y por supuesto, en el Turismo de Carretera.
A través de Juan Manuel
incorporé a otros amigos con la misma pasión. Por ejemplo Juan era muy amigo de
Quique Di Salvo y como con él también tuve empatía, al poco andar fui amigo de
Quique.
Por ese mismo camino Juan
Manuel incorporó amigos a través mío, como es el caso de los hermanos José
María y Raúl Bovino.
La cosa funcionaba por
similitud de pasión y para hacerlo más explícito nada mejor que recurrir a la
propiedad transitiva de la igualdad: si A es igual a B y B es igual a C, A es
igual a C.
En aquella comunidad estaban Poroto Cháspar, Jorge Fracchia, Juan Carlos Repetto, Pablo Cárcano, Mario y Ricardo Paramio, Marcelo Recalt, Poro Daglio, entre otros muchos.
A la ciudad de 25 de Mayo
llegó primero la categoría Turismo Mejorado, eso fue en los años 1965, 66, 67 y
1971. Nos visitaron pilotos fabulosos, como es el caso de Eduardo Copello, Héctor
Luis Gradassi, Rogelio Scaramella, Danilo Bonamicci, Eduardo Rodríguez Canedo,
Paco Mayorga y un larguísimo etcétera,
Y en nuestra ciudad
contábamos con otro que era tan grande como cualquiera de los nombrados, Emilio
Parisi de quién voy a decir que no me alcanzan las palabras para expresar las
alegrías que nos dio, como tampoco para agregar cuánto lo admirábamos y hasta
qué punto estábamos pendientes de él.
Unos años después comenzó a
llegar el Turismo de Carretera. Ahí además de Parisi lo tuvimos de
representante –que lo compartíamos con
nuestros vecinos de Carlos Casares- a
Héctor Moro, otro piloto de lujo.
Dada la ubicación geográfica
de nuestra ciudad, centro de la
provincia, con una constelación de ciudades vecinas y con un circuito
semipermanente de 15 kilómetros de extensión, el TC no dejó de visitarnos por
muchos años.
Cada vez que se disputaba
una prueba en nuestra tierra, literalmente la ciudad enloquecía y junto con
ella, Juan Manuel y yo.
Tanta era la gente que venía,
que en las noches del viernes y el sábado anteriores a la carrera no era fácil
encontrar un sitio en bares, cafeterías, restaurantes, parrillas, boliches
bailables, hoteles, pensiones y aún en casas de familia, porque eran muchos los
que sobrándoles una habitación con 2 o3 camitas, se anotaban en el Auto Club
para alojar turistas.
También había una actividad
inusual en las agencias de venta de automóviles y en los talleres mecánicos. En
la Agencia Ford se instalaba el equipo oficial de la marca, primero con Carlos
Pairetti y luego con Gradassi, Estéfano, los hermanos Ricardo y Juan Carlos
Iglesias y posteriormente con la incorporación de Traverso y Recalde.
En el taller de Emilio
Parisi, el campeón vigente Luis Di Palma ¡con Oreste Berta!
En la agencia Capillitas de
Pissaco, Gastón Perkins y Cacho Franco, posteriormente Carlos y Rody
Marincovich y Gustavo Duran. En el taller de Mario Oudín, 10 y 31, el equipo de
los hermanos José, Alfredo y Juan Carlos
Manzano, En el taller de Amitrano, 30 entre 11 y 12, el equipó oficial Dodge, con Bordeu y
Loeffel…..
Corredores, mecánicos,
preparadores, periodistas, publicistas, auspiciantes, relatores a los que solo
se los conocía por las revistas, por los diarios o por las radios, era común
verlos caminando por nuestras calles. La televisión aún no trasmitía las
carreras, para eso faltaban muchos años. Entre tantas figuras extraordinarias
sobresalían las glorias de nuestro automovilismo, como era el caso de Oscar
Gálvez y alguna vez, de José Froilán González.
El día previo a la carrera había
momentos imperdibles si se quería tomar contacto con los corredores, mantener
con ellos una conversación o aunque más no fuera poder verlos o escucharlos.
Uno de esos lugares era el
Auto Club, convertido ya desde el día viernes en una especie de templo del
automovilismo, colmado de feligresía, al que iban todos los pilotos. Allí se
recepcionaban las inscripciones. Otro momento singular era el pesaje de los
autos, cosa que se hacía en la balanza de Cancer, calles 27 y 3. También, todos
debían pasar por ahí. Y por último la entrega de los autos a Parque Cerrado, a
la tardecita, cosa que se hacía en la agencia Fiat, Rural Motor, 9 y 33, que era donde permanecían los autos de
carrera, ya sellados, durante la noche previa.
Pero había además otra cosa
que sucedía los días sábado y que eran las pruebas de los autos de carrera, que
se hacían en las rutas aledañas a la ciudad.
Con Juan Manuel en la mañana
temprano del sábado nos enteramos que sobre la ruta 51, camino a Saladillo,
estaban probando diversos competidores.
Hasta allí fuimos y
efectivamente, después de la unión de las
rutas 51 y 46, encontramos primero al equipo Dodge con sus autos y camión en la
banquina y unos kilómetros más adelante, el camión del equipo Ford con los autos de carrera, con sus pilotos y unos cuantos curiosos como
nosotros. Todos probando que los trabajos hechos en sus propios talleres rindieran
sus frutos; potencia de motor,
aceleración, carburación, asentado de cubiertas y de frenos….
Estando parado en la
banquina al borde del asfalto, presté atención a un camión de hacienda que acercándose
viajaba en dirección a Saladillo. Y que una camioneta Ford lo superaba a unos
doscientos metros de donde nos encontrábamos.
En eso veo irrumpir a una de
las cupé Dodge –la de Loeffel- por la banquina superando en un solo movimiento a
ambos vehículos a una velocidad tremenda. Tengo la imagen del aquel auto
sacudiéndose en la tierra, brincando, levantando mucho barro y haciendo una
brusca maniobra para volver a la cinta de asfalto, al que subió completamente
cruzado y apuntándonos a nosotros.
También recuerdo escuchar a
los del equipo Ford gritar ¡cuidado, cuidado!
Loeffel pasó a toda
velocidad sin haber levantado el acelerador en ningún momento. Encima como si no sucediera nada, sin casco, sonriendo y saludándonos con una
mano. Qué fresco el tipo.
Todos tardaron unos segundos
en recuperarse del susto. El uno decía “yo me escondí detrás del camión”, el
otro “yo me tiré cuerpo a tierra” otro más
que se había internado en la zanja. Juan Manuel se había parapetado detrás del
auto de Gradassi.
Nada hice yo. No atiné a nada. Presa del pánico, quedé tieso
como si me hubiera tragado un poste entero de quebracho.
Unos minutos después comencé
a sentir cómo me latía de fuerte y de rápido el corazón. Juan Manuel me
preguntaba ¿qué te pasa? Pero no podía oír lo que me decía. Temblaba; quería
decirle “llevame a casa” pero me costaba hablar. Finalmente me llevó a casa y
le contó a mamá lo que nos había sucedido.
Un rato después el corazón me seguía latiendo con frenesí, no lograba reponerme, la imagen de la cupé viniendo encima de nosotros era aún muy fuerte.
-Vamos a verlo a Enrique -me
dijo mamá-. Enrique era Herraiz, médico de la familia, vecino y amigo, pero
hete aquí que no estaba.
Fuimos entonces al doctor Cicala, me tomó la presión, me ausculto el pecho, miró el reloj para controlar las pulsaciones y me dio una pastillita para disolverla debajo de la lengua. Además me dejó en la camilla por espacio de media hora, mientras seguía hablando con mis padres.
-A vos lo que te sucedió es que te pegaste un flor de susto, no te preocupes por el corazón que está bien, diagnosticó.
Y así fue como terminó para mí
aquella mañana de sábado de Turismo de Carretera en 25 de Mayo.
Después del almuerzo Juan
Manuel me vino a buscar y otra vez estuvimos en la ruta mirando los autos de
carrera.
Loeffel tenía varios apodos,
“El Rengo”, “El pata e’ palo” “El Alemán” y “El Tío Fritz” que es el que elegí para encabezar este
recuerdo.
Terminó siendo el ganador de
la carrera, por desclasificación de los cuatro primeros, el 14 de mayo de 1972.
Fue la última carrera en que
triunfó aquel piloto gigante, poseedor de una audacia endiablada, que una
década antes había sufrido un accidente en una carrera, con lo que se ganó la amputación de su pierna
izquierda. Luego sorprendió a la afición sobreponiéndose a dictámenes médicos que le
impedían correr.
Y como si todo eso fuera poco, aún tuvo tiempo de vencer diez veces en el Turismo de Carretera.
-¡Madre mía qué susto que me dio!