viernes, 25 de febrero de 2022

LA VIDA EN LOS CORRALES (Cuento)

 Por Miguel Garin  -  Dedicado a Alejandro Unanue 

Parado en la tranquera grande de ingreso a los corrales de los remates feria, con porte de mando, El Corralero hace un gesto con el mentón hacia adelante y da la orden a los primeros reseros:

-Ustedes, adentro.

Así es como entra el primer lote de hacienda vacuna para ser clasificada y encerrada. Son unas veinte vacas gordas que remite el establecimiento La Luz. Los reseros han echado un día de viaje.

El Corralero es un personaje duro. Tiene la voz y el vigor de quién está acostumbrado a mandar gente. Muy conocedor de su trabajo, hasta los animales le obedecen y tienen con él un comportamiento dócil. También es noble y en el pueblo de San Gabriel no hay quién no lo conozca.

-Ahora ustedes,  dice con idéntico gesto imperativo del mentón.

Entre los reseros que traen esta segunda tropa hay un chico de 16 años llamado Anselmo Bustos. Ya tiene fama de buen jinete y está atento a que no se desvíe ninguno de los animales.

-Primero hacemos ingresar a todas las tropas –dice enérgico El Corralero- para liberar la calle, después ingresan los camiones.

Los camiones jaula, transportadores de hacienda,  esperan en fila india, en la calle. Desde hace una década el empleo de camiones se ha ido extendiendo. Claro que está relacionado con el estado de los caminos, si están en buenas condiciones, cada vez más se los contrata para hacer el traslado de las tropas de animales.

Es la víspera de un remate y gran parte de la tarde se va en esta tarea de encerrar los animales, un verdadero alboroto de vacunos, de reseros, de tropillas y cencerros.

Después es el turno de los camiones que uno a uno van atracando a los cargadores y derraman su carga de gordos, de vacas y vaquillonas.

Los peones de a caballo hacen el arreo hasta los corrales que los que organizan el remate les indican.

El Corralero, que está atento a todo, que no pierde detalle alguno,  se ha quedado con la imagen de ese chico, Anselmo; piensa en quién es, en su situación y en lo útil que puede ser.  Y sin esperar más lo habla.

-Anselmo, veo que tenés rapidez, movimientos ágiles y que estás muy atento. Tu padre era igual. También veo que tenés un caballo muy bueno ¿querés trabajar apartando los días de feria?

Y Anselmo, que por primera vez lo llaman por su nombre, que no le dicen ni gauchito ni guacho, ni lo desprecian ni lo compadecen, como si la falta de padre fuera un descrédito, acepta la oferta. “Bueno para el lazo” se escucha decir. “Y hasta para subir un potro” dice otro.

-El Corralero piensa “hijo e´tigre” y disimuladamente sonríe satisfecho; acaba de unir lo necesario con lo benigno.

-Primero éramos los reseros solos los que veníamos a los remates trayendo hacienda desde los campos de la zona –recuerda Anselmo-  después estuvimos un tiempo junto con los camioneros y al final, quedaron los camioneros solos, ya era raro de ver la hacienda traída a pie, una minoría.

-De muy jovencito yo andaba reseriando. Nací y me crié en el pueblo de Coronel Aizaga, pero venía seguido a San Gabriel. Era medio travieso y también domador, me le animaba a cualquiera. Ya estaba el bar La Feria en frente de los corrales y ya tenía mala fama también;  vuelta a vuelta había peleas, se jugaba por plata, taba, baraja y otras cosas peores todavía.

El representante de la Comercial Ganadera era don Saturnino Udaeta, una garantía de persona. Fue la casa más famosa de la zona por mucho tiempo,  pero también remataba la Cooperativa.

En el pueblo de San Gabriel los remates feria se hicieron muchos años en el campo municipal, donde ahora está la Escuela Normal. Por entonces quedaba lejos del centro, hoy está prácticamente al lado. Pero había muchas quejas.

Después, en 1958, se compró un campo en las afueras del pueblo, un lugar mucho más lógico, pensando en el ordenamiento de la actividad. Se hicieron los corrales, se puso la balanza, el galpón y los cargadores de hacienda para los camiones jaula.

-Como le dije andaba de reserito y la verdá es que me gustaba ver el campo abierto, el campo abierto hasta el horizonte. Pero un día cuando llegué aquí don Mariano Sandovares, a quién todo el pueblo conocía como El Corralero, me propuso entrar pa´ trabajar en los corrales los días de feria.

Tenía un caballo que era un lujo pa´ apartar. Muy entendido. Con las riendas le marcaba un animal y ahí iba solito, sin atropellar, solo pechando,  porque adentro de los corrales no hay que golpear  los animales. Más adelante el mismo Corralero me enseñó la balanza y por ahí fue que quedé definitivo. Estuve en la casa aprendiendo y haciendo de todo una punta de años, hasta que me jubilé. Y a usté que me lo pregunta le contesto que cuando ingresé, la hija del Corralero, Encarnación,  ya era muy buena estudiante. Yo le enseñé a andar a caballo. Un día me preguntó ¿y vos Anselmo no estudiás? ¡Cómo pa´ estudiar estaba yo con la pobreza que traía!

-Si usté quiere saber más de mi le cuento que mi suegro, don Clemente Alsina me desconfiaba. Es que me había visto en La Feria y le caí mal. Me la negaba a Zunilda. La había conocido en un baile, cuando ella salió a bailar con mi hermano Luis y yo se la pedí “por un ratito”. ¡Todavía la tengo!

-Como don Clemente me ponía mala cara una noche con Zunilda nos subimos al tren de las diez y nos fuimos a Bahía Blanca. Allí había Registro. Don Clemente me denunció. Una estanciera con tres milicos armados hasta los dientes me buscaba pero cuando me encontraron ya estábamos legalizaos, ya teníamos la Libreta de Casamiento. Fíjese usté como el destino empieza a tejer su tela.

-Cuando tenía algunos años de conocer el trabajo, empecé a salir a los campos de la zona pa´ “juntar la hacienda” como se decía. Eso unos días antes del remate. A mí me tocaba en un yip que era durísimo de suspensión, con él andaba por los barriales. Don Manuel Rajado salía en el Citroen. En el trabajo de convencerlos de que nos entreguen animales, terminábamos teniendo amistad con chacareros y estancieros. Es que sin amistad no se puede ser feliz.

En la tarde anterior al remate empezaba el bochinche de camiones jaula, de reseros con sus tropas, de tropillas y cencerros que se hacían oír en la tranquilidad del  pueblo.

-¿Cómo le va don Fermín? Le pregunté a uno de aquellos reseros, un hombre muy mayor,  que lo conocía de antes.

-Bien, pero con cada tranco del caballo –me contestó- estoy más lejos de la casa….

Una vez que entregaban la hacienda toda esta gente quedaba pueblereando. Se llenaba la fonda,  la pensión, el Ostende, el Hispano Argentino y casas de particulares.

-Qué con tanto elemento forastero que venía –continúa contando don Anselmo Bustos- es un milagro que no nos hayamos reproducido como conejos. Igual son muchas las familias que se formaron con aquellas visitas.

-Para el aparte y clasificación estábamos El Corralero, don Manuel y yo. En este corral los terneros pa´ invernada. Mas allá los mamones, los novillos. La vaca flaca de conserva, la gorda, la vacía, la vaca vieja, las vaquillonas, todo, todo se vendía.

El remate comenzaba a la mañana y se interrumpía para el asado del mediodía, que se hacía para matar el hambre y para entrar en confianza y animarse a los negocios.  Se servía en el galpón. Entonces vendedores, compradores, encargados, peones de a caballo, reseros, escribientes, camioneros y algún domador que aprovechaba para amansar el chúcaro, compartían la mesa con algarabía. Era un encuentro donde la gente aprovechaba a saludarse y conversar. El que más o el que menos, todos buscaban vestir de la mejor manera posible, con las botas limpias y lustradas. En los campos de al lado de la feria, de la estancia Las Hortensias, nunca faltaban 4 o 5 avionetas de compradores que venían de lejos. El remate le daba vida al pueblo. Le daba movimiento.

El martillero era el propio don Saturnino Udaeta y para descansar la garganta subía don Manuel.

Don Saturnino fue el hombre más importante que ha dado el pueblo. Rematando era el centro de todo. Imponente, buena voz, bien vestido, dominaba el ambiente con la vista. Conocía a productores y compradores. Sabía lo que cada uno necesitaba. Para él la fecha del remate era sagrada, no había feriado que valiera. Ni carnavales ni nada, sólo algún temporal.

-Tenía autoridá  -dice ahora Anselmo-  conocía a revoleadores, a placeros a revendedores, a carniceros de la zona. A los que venían de zonas de cría o zonas de invernada. Cuando bajaba el martillo buscaba con la mirada al comprador y al vendedor para asegurarse que habían quedado conformes.

-Si, si, ya se veía que iba a llegar lejos, era muy estudiosa. Cuando se recibió de maestra pensamos que se quedaría aquí, pero no, quiso la facultá y a los pocos años se recibió de médica. Fíjese otra vez cómo el destino va armando las cosas.

Con ese ritmo de trabajo la Comercial Ganadera anduvo muchos años. Se terminaba un remate y ya se estaba pensando en el siguiente. Hasta que un día don Saturnino, que también él había comenzado muy joven, se enfermó.

La Escuela Normal, la luz eléctrica para el pueblo, el Jardín de Infantes, el Cuartel de Bomberos Voluntarios fueron obras de él (aunque le gustaba decir “de mi equipo”) cuando fue Delegado Municipal. La noticia de la enfermedad preocupó  a la gente.

Cuando falleció hubo congoja y vacío.

Quedó al frente de la casa,  don Manuel Rajado. No era lo mismo,  pero también era un hombre muy capaz. Claro que le tocó otra época, ya los remates feria estaban resfriando.

-Al Corralero lo mandó llamar Encarnación cuando enviudó –continua don Anselmo-. Estaba jubilado y aquí no se ayaba sin ir a los corrales, no sabía qué cosas hacer, se aburría o se ponía triste.  Se fue con ella y vienen de tanto en tanto.

Cuando Encarnación se recibió de médica fue una alegría pal pueblo porque pensamos que vendría a atender. Pero ella estaba pa´ cosas mayores. Se quedó en Buenos Aires y un día vino a despedirse. No era la muchachita de poca gracia de años anteriores, se había vuelto una mujer hermosa. La despedida fue triste. Se fue a vivir a Estados Unidos. Después tuvimos noticias de ella por los diarios o por la televisión, siempre recordando a su pueblo. Me emociona que habiendo llegado tan alto, que dedicándose a….a…. ¿Cómo dijo que se llama lo que se dedicó?

-Al estudio de la fisiología.

-A eso, que estando tan arriba se acuerde de nosotros, que nos mande tarjetas de fin de año, que nos nombre, que al fin de cuentas éramos simples peones de a caballo en la feria. Mire usté cómo el destino poco a poco va completando su obra.

-Ahora salgo a caminar todos los días y llego hasta los corrales.

El antiguo bar La Feria, de tan mala fama antes, es hoy un bar de categoría, el mejor del pueblo. Las cosas que se cuentan sirven pa´ hacerle más grande la fama.

Me parece escuchar las voces de tanta gente que pasó por aquí, lo mismo que el tropel de los animales, los motores de los camiones maniobrando en los cargadores.

Ahí en ese banco creo verlo a Ignacio Franco, el día que don Saturnino le encajó casi de prepo un lote de 100 vaquillonas. Sabía que las necesitaba.

-Ignacio no te asustes  -le mandó decir por lo bajo- que las pagás como puedas. Claro que Ignacio era hombre de palabra.

-No le niego mi amigo que el silencio y los yuyales de los corrales me traen melancolía, pero para eso hago ejercicios.  Si todavía me quedan algunas penas, con lágrimas las hago salir. O converso con mi señora Zunilda, que mas suerte no pude tener con la mujer que me tocó. Se encargó de los chicos, los acompañó a la escuela hasta el final. Y hoy me acompaña a mí. En cambio yo….Yo me pasé la vida en los corrales.

-Tantas cosas vividas. Empecé siendo el más joven de la feria y ahora soy el único que queda para contarlas. De don Saturnino ahora mismo recuerdo dos: la primera cuando decía que para él era más importante saber que la gente se había ido satisfecha del remate que el resultado económico. Y la segunda, cuando dijo que si no fuera por los remates,  el pueblo de San Gabriel estaría “más muerto que pavo en navidad”.

-No sé si exageró, pero por ái por ái cantaba Garay.

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