Bienvenido a mi blog de anécdotas y cuentos relacionados con las vivencias en el campo, con el automovilismo y con los viajes que realicé. Espero que disfrutes leyéndolos. Cuando quieras podes dejarme mensaje con tu opinión, tu parecer, tu impresión o tu aporte, yo siempre estaré aquí para atenderte y brindarte lo mejor de mí en cada momento. Un abrazo grande y lleno de afecto. Miguel Garin
miércoles, 26 de junio de 2019
GIBRALTAR
miércoles, 19 de junio de 2019
JORGE CAFRUNE Y LA ZAMBA DE MI ESPERANZA
miércoles, 12 de junio de 2019
LO QUE VALE ES LA FIRMA
miércoles, 5 de junio de 2019
La Noches de San Gabriel
Por
aquellos días en el pueblo de San Gabriel se conversaba intensamente sobre dos
asuntos: la enfermedad de Eusebio y el
examen que debería afrontar la joven Encarnación, en la que tantas
esperanzas estaban depositadas.
Pueblo
pequeño, distante 40 kilómetros de la ciudad cabecera del partido, enclavado en
zona ganadera, tenía sus calles de tierra
y casi nulo el alumbrado público, solo una lucecita en cada esquina.
Una arteria de doble carril que recorría el casco urbano de oeste a este, era la que le daba vida y movimiento. Comenzaba en el arco de entrada, pasaba por los comercios principales, por el Banco, por la Capilla, por la plaza, con sus árboles de naranjos, por la Delegación Municipal y finalizaba allá a lo lejos, en los corrales.
Baltasar
era el herrero del pueblo.
Le
llegaban a diario una gran cantidad de discos y rejas de arados. A ambos
márgenes del ingreso a su galpón se habían acumulado montañas de hierros
viejos, dejando en el centro un serpenteante camino por el que se transitaba
haciendo equilibrio. Al lado de la fragua, con la maza en la mano, batiendo el
yunque, pasaba la jornada completa. Era
impresionante la fuerza que habían desarrollado sus dos brazos.
De
regreso a casa se bañaba, cenaba junto a su esposa doña Jimena y luego de una
breve sobremesa sacaba los sillones de mimbre a la vereda.
Aquella
era una costumbre arraigada por años y que había derivado en otra cosa: en reuniones
de vecinos, en tertulias, que se habían fijado con fuerza.
La
tertulia de Baltasar gozaba de prestigio.
A
ella asistían personas de buena reputación; allí solían ponerse en marcha
mecanismos de solidaridad que pese a la discreción con que se hacían al final,
se terminaban conociendo por lo bajo y a diferencia de otras, en ésta se
murmuraba con recato.
No
obstante le cabían las generales; en sus reuniones circulaban vertiginosas, las
noticias, las conjeturas,
interpretaciones y análisis posibles.
Con ansiedad esperaba Baltasar la concurrencia de don Saturnino, el hombre prominente del pueblo. Cuando éste llegaba se daba por iniciada la sesión. Era el único tertuliando al que se le dejaba preparado su sillón, los demás tenían un mismo funcionamiento: saludaban, trasponían el zaguán de la casa, tomaban una silla del comedor y se sumaban a la rueda. Eso era todo.
En
el pasado don Saturnino había sido designado Delegado Municipal y bajo su breve
mandato se las compuso para crear la escuela secundaria y asimismo, para organizar el cuartel de bomberos
voluntarios.
Hombre
reposado que jamás hablaba mal de nadie,
fue capaz de imprimirle naturalmente,
esa tonalidad a la reunión que se
desarrollaba en la vereda de Baltasar.
Eliseo Polleta era otro integrante de la tertulia. Joven, Tesorero del Banco, aficionado al sarcasmo, sus intervenciones por lo general eran punzantes.
Don
Saturnino fue derecho al grano: ¿qué se
sabe de la salud de Eusebio? preguntó con inquietud.
El vecino - le informaron- permanecía internado en la ciudad, aún le estaban haciendo estudios.
-“Eusebio se dejó estar” acotó don
Saturnino con movimiento negativo de la cabeza.
- No es solo eso -saltó
como un gallo Eliseo - si ya hace dos años que estamos sin médico en San
Gabriel.
-¿Y el examen final de la chica Encarnación se conoce cuando es? volvió el primero a preguntar.
Muchos eran los jóvenes que se iban del pueblo; ahí estaba el ejemplo de los hijos del mismo Saturnino, el mayor ya recibido de Ingeniero y trabajando en el extranjero y el menor en camino de lo mismo. O los hijos del propio Baltasar, que habían abierto un taller en la ciudad. Encarnación rendía por esos días la última materia de medicina y la esperanza de la población de San Gabriel era que volviera al pago para cubrir tan sentida necesidad.
Voces
inciertas, palabras escuchadas a medias, risas furtivas, permitían adivinar
otras reuniones en las tupidas sombras de las veredas.
A
las nueve de la noche pasó con regularidad el camión regador de calles.
De
tanto en tanto un suave vientito traía, para deleite, las fragancias de los
naranjos de la plaza. Ah….los naranjos en flor.
En
torno a los corrales había movimiento, dos eran las casas rematadoras que
organizaban encierros mensuales. El encargado de las instalaciones era El Corralero, un hombre apreciado.
Frente
a ellos estaba el bar La Feria.
Era
un boliche de mala fama. Las mujeres, sino eran acompañadas por hombres no se
animaban a caminar por su frente y las madres repetían a sus hijas, como en
recomendación sacramental, ¡no vayan a pasar por ese bar!
Verdad era que había cosas que producían los corrales que generaban inquietud; la cantidad de autos que circulaban obligaba al camión regador a pasar continuamente, los camiones de hacienda si bien entraban por atrás, no paraban de romper los accesos y los arreos llenaban de pisaduras de animales los caminos.
Eliseo,
que miraba con antipatía la actividad de los remates, expresó:
“se pueden decir muchas cosas de los corrales pero lo cierto es que quién tiene
que poner orden allí, no lo hace, al contrario, perdona todo”.
Sabiendo los asistentes que el comentario tocaba al Corralero, hicieron mutis.
Una
nueva reyerta entre dos camioneros era la comidilla del día y le dio pie al joven
Tesorero para volver a la carga, “cuando las noticias – expresó- son normales
o buenas comienzan a propalarse desde el oeste, pasan por todo el pueblo y
llegan al este. En cambio cuando son malas, alguna trifulca, alguna
cuchillada, el recorrido es inverso,
arrancan en el este y suben al oeste”, en clara alusión al conjunto
corrales – bar La Feria.
Don Saturnino sentenció de modo inapelable cuanto se venía comentando respecto del asunto:
-Los remates feria –dijo- son fundamentales para el pueblo. Sino fuera por ellos esto estaría más muerto que pavo en Navidad.
Con
la llegada de un vecino viajero que venía desde la ciudad se conocieron noticias frescas: Eusebio seguía internado,
estaba terminando los estudios, si las cosas salían bien iba a cirugía la
semana próxima.
-Creo que va siendo hora de que organicemos una segunda colecta para él - dijo como para sí mismo don Saturnino - y un asentimiento general recorrió la reunión.
En
noches de calor salir a la vereda, bajo los árboles, era un imperativo para
refrescarse y en cada cuadra había reuniones.
La
conducta vergonzosa del “ruso” Topanovsky, el casamiento a las apuradas de la
hija de doña Amelia, el quebranto de La
Distribuidora, a cuyo dueño – según la creencia general – “la propensión a las mujeres y a los
caballos lo habían arruinado”.
Todo lo que se sabía o se creía saber
circulaba por las veredas, como transmitido
por alguna ráfaga de ondas prodigiosas.
En
ocasiones, el debate ganaba en acaloramiento.
Cuando
eso sucedía solía intervenir Baltasar levantando imponente la mano para
aplacar. Con solo evidenciar sus brazos fuertes como roca, bastaba para
convencer a los mas levantiscos a bajar
el tono y la reunión recuperaba cauce.
Cierto es que se comentaban cosas particulares de la vida de los vecinos pero también era verdad, como contracara, que cuando había una necesitad, se reaccionaba con corazón solidario.
Mientras
se celebraban las reuniones se estaba atento al paso del tren; nunca faltaba un pasajero que al bajar en San
Gabriel trajera novedades.
Así
fue como se conoció la nueva tan esperada, la joven Encarnación, había aprobado
el examen final de medicina.
Médica.
¡Y de San Gabriel! Por fin una profesional que conozca a la gente del lugar. En
las tertulias se recibió el anuncio con gran beneplácito, hasta con emoción.
Eliseo
Polleta, pasmado, quedó en silencio; no todo lo que provenía de los corrales
era malo. Encarnación era la hija del Corralero.
A
las diez y media de la noche don Saturnino miró la hora y se puso de pie. Como
si se tratara de una orden pre establecida la sesión se dio por concluida. Cada
uno guardó en el lugar correspondiente la silla que había ocupado y se
despidieron dándose las buenas noches.
Baltasar
y doña Jimena quedaron solos.
Caminaron
hasta el centro de la calle para ver el cielo. Se percibía en el aire el
exquisito perfume de los naranjos en flor.
La
luna llena vestía de blanco los
edificios del Banco y la Capilla.
En
los corrales, el encierro había comenzado a la tardecita para el remate del día
siguiente y se oían lejanos balidos.
-La hija del Corralero
es muy buena chica - expreso Baltasar- y doña Jimena estuvo de acuerdo.
Mirando la luna, ambos bostezaron. Desde las ventanas abiertas de los vecinos ya se escuchaban ronquidos, era la hora de ir a dormir.
-¿Cerramos la puerta del zaguán? preguntó Baltasar
-¿Para qué? –inquirió doña Jimena - si no hay tormenta….
-
Por Miguel Garin Por aquellos días en el pueblo de San Gabriel se conversaba ...
-
Por Miguel Garin El llamado Triangulo del Oeste fueron tres carreras automovilísticas de Turismo de Carretera que se corrieron en los años 1...
-
Por Miguel Garin Cuando aún no había cumplido 12 años de edad un día le pedí permiso a papá para ir a pescar a la laguna existente ...