Por Miguel Garin
Ubicado en el
enorme catamarán que salió desde el puerto de Algeciras comencé la travesía a
través de la bahía hasta llegar a la “Siempre
Noble, Leal y Fidelísima” ciudad de Ceuta, en el norte de África y que
junto a Melilla es todo lo que queda de la otrora presencia militar española.
Cuando digo que aquel ferry era enorme quiero decir que
en la bodega viajaban los automóviles, y que tenía tal capacidad que parecía un
parking público.
Muchos de los viajeros permanecieron en el interior de
sus propios automóviles, sin tan siquiera molestarse en bajar, desistiendo de
ir a cubierta porque siendo habitúes ya no les resultaba novedad ver el paisaje,
todo lo contrario de lo que me sucedió a mi, que disfruté de cada minuto del
trayecto que duró algo menos de una hora.
Sentado en un cómodo banco presté atención a una
familia que increpaba con grandes ademanes y palabras levantadas al hijo mayor,
de unos veinte años, aire abstraído, modosito, españolito sin apuro, por cuestiones
de dinero que no entendí bien, y que lo único
que recibían por respuesta eran unas pocas palabras y unos gestos que a ninguno
conformaba.
Poco a poco Algeciras y el peñón de Gibraltar se fueron
difuminando en el horizonte sin que desaparezcan totalmente de la vista y a
cambio, mirando a proa, pude apreciar como las costas de África salían de su
estado brumoso.
Navegando en la bahía de Algeciras, tan próxima al
estrecho de Gibraltar, se tiene siempre presente la cantidad de hechos
sucedidos a lo largo de la historia, los viajes de fenicios, griegos y romanos,
la siempre inquietante vecindad de África, el recelo del pasado por las
presencias berberiscas y turcas, el
comercio, el control de todo aquello que ingresa al mediterráneo proveniente
del atlántico, los sucesos del comienzo de la guerra civil española y de la
segunda guerra mundial, verdad es que por este pequeño espacio del mundo, pasó
de todo.
Y aún hoy se puede decir que persiste una frontera que
no está suficientemente explicitada en ningún mapa, pero que desde hace siglos
ha sido la más fuerte y que es la frontera religiosa: donde termina lo
cristiano comienza lo musulmán y a la que habría que agregarle otra, mas
actual, donde termina el primer mundo
comienza el último, ese que produce todos los días miles de refugiados que se
atreven a las aguas turbulentas, embarcados en cayucos miserables, huyendo de
sus tierras y en busca del sueño europeo.
Mucho tránsito marítimo, con buques de todos los
tamaños, algunos de gran calado haciendo espera para ingresar al puerto de Algeciras; otros, trasatlánticos repletos de
alegres turistas que provenientes de cualquier parte del mundo hacían su ingreso a ese inmenso patio comunitario que
es el mar mediterráneo, o también embarcaciones militares como lanchas costeras
que hacían su rutina, en fin lo que se
pueda imaginar.
Cuando el ferry alineó su proa a la gran bocana del
puerto de Ceuta, se distinguieron ciertos perfiles como la bandera de España
flameando junto al edificio de migraciones y un poco más atrás la catedral,
cuyo frente está orientado al mar. Fueron esas las primeras imágenes que vi.
El joven españolito seguía dando escuetas explicaciones
y a mi me vino a la memoria el caso del inmigrante aquel que llegó sin un duro
a la Argentina ,
y que como no podía contar la verdad de lo ocurrido -había perdido todo el dinero que llevaba
cuando zarpó jugándolo durante el viaje-
argumentó a los familiares que lo esperaban que en medio de una gran tormenta
en altamar, se le había caído al agua…..
Ceuta es una ciudad pequeña, pero pujante y muy
bonita.- No está explotada turisticamente
o al menos no intensamente explotada.
Si en Gibraltar todo esta escrito en inglés y pareciera
que se está en el corazón de Inglaterra, en Ceuta lo que se recibe, además de
un fuerte acento propio de Andalucía, es la presencia mora (así se denomina a
las etnias naturales de la zona), que si bien no es mayoritaria, es muy
visible.
Mezcla de
arquitecturas, paisaje propio del África septentrional, sol brillante,
temperatura benigna, vida apacible y
moros por todos lados, son los tonos salientes de la ciudad.
El centro es alegre, los comercios tienen atractivo y
en las horas de la tardecita se llena de gente, con las familias recorriéndolo,
con las emanaciones de distintas sabrosuras provenientes de bares
y restaurantes, que ya en la noche se ven a plenos, con lo que todo
cobra dinámica vida.
La mayoría de la población es española y católica, seguidamente
es mora y musulmana, pero hay también españoles musulmanes, moros católicos, árabes
musulmanes, árabes católicos, judíos e hindúes, es decir una verdadera ensalada
de gente que para el asombro conviven en la mayor armonía. Claro, en Ceuta no
hay petróleo y por lo tanto no existen las tensiones del Oriente Medio.
Con playas de lindas arenas, con palmeras que adornan
sus bulevares y avenidas, está construida sobre una saliente de la costa con
vista al mar mediterráneo, con toda la intención militar de controlar el tránsito
del estrecho, en un rol parecido al que
ejerce Gibraltar, claro que en este caso a favor de España, rol revalorizado a
partir de la incorporación de España a la OTAN.
Pero la ubicación de Ceuta siempre tuvo importancia geoestratégica
y eso explica las guarniciones militares, antiquísimas algunas, modernísimas
otras, así es que a cada rato uno se está cruzando con la presencia uniformada.
Subiendo al monte Hacho se tiene una vista soberbia,
para un lado África, que vista desde allí no se aprecia muy verde, sino de un
color “amorronado”, o pardo y para el otro el mar mediterráneo, azul como un
zafiro.
Regresando de aquel paseo se puede ver un gigantesco
monumento al dictador Francisco Franco, con glorificación al 17 de Julio de
1936, fecha del alzamiento del ejército español en África contra la república, que
no se cómo resistió al paso del tiempo democrático, en perfecto estado de
abandono, semidestruido y presa de yuyos, alimañas, botellas rotas, jeringas,
profilácticos y demás mugres.
No pude dejar de reflexionar sobre lo volátiles que
suelen ser ciertos emprendimientos de los seres humanos porque en tan solo
setenta años –nada si se lo compara con el enorme reloj de la historia- ese
monumento, que seguramente fue inaugurado con todo boato, paso de la
magnificencia inicial a la degradación actual.
Una de las calles de la ciudad se llama “Argentina”.
Luego hay otras calles que se llaman “Colombia”, “Panamá”, “Cuba” y “Bolivia”.
Pero no encontré calles que se llamen “Francia”, “Inglaterra”,
“Alemania”, ni siquiera “Portugal”.-
¿Será que a los ceutíes les queda mas cerca afectivamente los países
latinoamericanos que sus vecinos europeos?
La ciudad tiene en su centro un parque no muy grande, pero espléndido, con distintas especies de
árboles, con abundancia de flores y prolijamente
mantenido. Está en un lugar clave con cruce de avenidas y salida a los paseos
costeros.
Grande fue mi orgullo cuando en los carteles vi que se
llama “Jardines de la República Argentina ”
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